martes, 24 de agosto de 2010

Experiencia estética y conciencia de culpa. Sigrid Undset.




Según Freud la conciencia de culpa nace de la presión que el superyo ejece sobre el yo para evitar evitar la satisfacción de algunos de sus más íntimos deseos. Creado sobre la base de la autoridad paterna, el superyo reprime todas las pulsiones "inmorales", de forma que el yo, frustrado, ha de buscar recursos alternativos para no derivar hacia la neurosis. Así contempladas las cosas, el sentimiento de culpa no puede interpretarse sino como una patología que conviene erradicar si se desea mantener la salud mental. Y no le faltaba algo de razón a Freud. Cuando el motor de nuestras acciones es la perfecta coherencia con un código ético (sea el que sea), la moral se convierte en una insoportable fuente de opresión y sufrimiento. O puede que, cansados de las imposiciones, nos rebelemos para disfrutar, al menos un instante, del placer de la transgresión. Al fin y al cabo, si el bien nos hace sufrir, ¿por qué no experientar con el mal?

Pero hay otra forma de vivir la experiencia del bien. Sigrid Undset, en su novela Cristina, hija de Lavrans, la descubre con una fuerza dramática que sólo consigue quien, además de poseer un inmenso genio artístico, ha penetrado en los más profundos rincones del corazón humano. Ambientada en la Noruega del siglo XIV, la novela, llevada al cine en 1985 bajo la dirección de Liv Ullmann (la imagen del post es de la película), narra la vida de Cristina Lvrandatter desde la primera infacia, hasta su muerte. La protagonista es una mujer con una robusta personalidad, que, siendo muy joven, queda embarazada de Erlend y se hace cómplice de la muerte de la amante de éste. Se lo oculta a su familia, y, aunque en algunos momentos se siente avergonzada de sus actos, nunca aparece en ella un auténtico dolor por el mal cometido. Hemos de situarnos en el contexto para comprender el relieve de los hechos. La autora, hija de un reconocido arqueólogo, y muy familiarizada con la historia medieval, lo hace con singular maestría, sin los anacronismos tan habituales en otras novelas históricas. Tras el nacimiento del hijo, Cristina viaja en peregrinación para recibir la absolución de manos del Arzobispo. Y al entrar en la Catedral tiene una experiencia que sacude los cimientos de su persona.

El espíritu de Dios había descendido sobre san Oeistein y, después de él, sobre el alma de los hombres que habían construido aquella morada. "Que tu Reino venga a nosostros, que tu voluntad se haga en la tierra como en el Cielo..." Ahora comprendía aquellas palabras. Un destello del esplendor de Dios atestiguaba en piedra que su voluntad se manifestaba en todo lo bello. Cristina temblaba. Sí, Dios debía apartar su rostro, indignadao, de toda fealdad, del pecado, de la vergüenza y de la impureza.

En las galerías del palacio celeste había santos y santas, tan hermosos que no se atrevía a mirarlos, Las simbólicas vidas de eterna juventud se elevaban tranquilas y graciosas hacia las alturas; se lanzaban sobre las torres y las flechas; florecían en los viriles de piedra. Sobre el pórtico central se alzaba el Cristo en la cruz, con María y Juan evangelista a su lado; eran blancos, como amasados en nieve, y el oro brillaba sobre el blanco.

Dios tres vueltas a la iglesia, rezando. Las moles poderosas de los muros, las inmensas riquezas de los pilares, de los arcos, de las vidrieras, brillaban bajo la gran pendiente de los techos, las torres, el oro de la flecha que señalaba los espacios celestes; frente a todo esto Cristina se sentía aplastada bajo el peso de sus pecados
(Cristina, hija de Lavrans, Madrid, 1997, p. 102).

El párrafo describe a la perfección cómo la verdadera conciencia del mal nace como fruto del encuentro con algo que, en su majestuosidad, pone al descubierto la culpa sin necesidad de un dedo acusador. La belleza que irradia del bien consiguió lo que ningún discurso moralista había logrado: que la protagonista se enfrentara a su propia historia con realismo, sin recurrir a mecanismos defensivos. Cristina no se siente en ese momento amenazada por nadie, pero la contemplación de lo sublime pasa a ser para ella como un espejo en el ve reflejada su pobreza. Sólo a partir de ese momento puede tomar las riendas de su vida orientándola hacia aquello a lo aspira, no, como hasta ahora, hullendo de los obstáculos. Nada más lejos del estrecho moralismo que constriñe a la voluntad con imposiciones a las que no se les ve el sentido.

Creo que la vida ética (sean cuales sean los valores que se defiendan) es mucho más verdadera, arraiga con más fuerza en la persona, cuando sigue este dinamismo. Es decir, cuando nace de la fascinación por el bien, más que de la amenza o del castigo. Y, dicho sea de paso, también a los educadores nos convendría pensar si no es mas eficaz mostrar la belleza de lo que poseemos que censurar aquello que no deseamos.

domingo, 22 de agosto de 2010

La naturaleza del sufrimiento. Oscar Wilde en la cárcel (III)

El problema del sufrimiento es el auténtico leit motive de la obra De profundis. De hecho, el título hace referencia a un salmo en el que el rey David, arrepentido de sus culpas, pide perdón a Dios e implora misericordia para salir del naufragio en el que se halla.Sin duda, Oscar Wilde se siente identificado con el autor, pues continuamente reconoce que el responsable de su desgracia es él mismo, por no haber sabido resolver con prudencia la situación en la Robie lo había envuelto. Pero, y esto es lo más interesante del libro, no se lamenta de ello de un modo desesperado; al contrario, intenta convertir la desgracia en una ocasión para forjarse una personalidad más sólida.Y no podía ser de otro modo, si tenemos presente lo que expusimos en la última entrada.


Dijimos que el punto de partida de la concepción estética de la vida es que ésta se experimenta como un tejido de fatalidad y libertad. La razón de fondo es que el ser humano se percibe a sí mismo dotado de deseos que, inevitablemente, encuentran una resistencia en la realidad. Por ello, al placer de la libertad siempre va unida la hiriente conciencia de los límites. La consecuencia inmediata que de ello extrae Oscar Wilde es que la humildad es el cimiento sobre el que ha de construirse toda vida que pretenda ser verdadera. Pero entiéndase bien: la humildad de la que nuestro autor habla no es el gesto amanerado de una novicia timorata, sino el reconocimiento de la naturaleza finita de todo lo humano. Y el camino para lograr una clara conciencia de ello no es otro que el del sufrimiento:

Pero, aunque a veces me regocijara la idea de que mis sufrimientos fueran interminables, no podía soportar que no tuvieran sentido. Ahora encuentro escondido en mi naturaleza algo que me dice que no hay nada en el mundo que carezca de sentido, y el sufrimiento menos que nada. Ese algo escondido en mi naturaleza, como un tesoro en el campo, es la Humildad. (Ibíd., p. 67).

He aquí el auténtico eje de la vida moral: la serena aceptación de lo que uno es. Todo lo demás (la coherencia con los compromisos, la obediencia a los códigos éticos, etc.) es secundario. Es más, la perfección ética, en el sentido de exactitud en el cumplimiento del deber, puede convertirse en un obstáculo, en la medida en que conduce al olvido de la fragilidad esencial de la naturaleza humana. Recordemos el poema de Baudelire Castigo de orgullo, en el que presenta a un doctor en Teología al que su santidad y elocuencia inflaron de soberbia de tal modo, que derivó hacia la locura.

Así contempladas las cosas, se entiende que Oscar Wilde atribuya al sufrimiento una importante función pedagógica. De hecho, piensa que se puede afirmar que allí donde está presente el dolor, hay siempre algo verdadero (donde hay Dolor hay terreno sagrado. Ibíd., p. 56). Así es porque, en la medida en que todo está atravesado por la finitud, todo es fuente de dolor. Pero hay que matizar. No es que Oscar Wilde busque el sufrimiento; es más, cree que la accidia, el amor a la melancolía, es una tentación que anula todo el potencial constructivo del sufrimiento. No se trata de desearlo, pero sí de afrontarlo cuando aparece, pues nos está indicando la experiencia de algo real. Convertir el dolor en criterio de verdad es algo que, a primera vista, puede parecer chocante, sin embargo es perfectamente conforme con la concepción estética de la vida. Veamos por qué.

Según Oscar Wilde, la esencia de la obra de arte radica en la capacidad de la forma para constituuirse en vehículo de lo que a través de ella se revela. Por eso, dento del contexto de la estética, la verdad no puede entendenderse en términos de adecuatio rei et intellectus (el arte empieza allí donde la imitación termina. Ibíd., p. 98), sino como transparencia de la voluntad creadora. De ahí que la perfección estética tenga mucho que ver con la insinuación, con la sugestión, con la capacidad para arrebatar hasta hacer presente lo que sólo a través de tal creación se puede percibir. En definitiva, la verdad es poder evocador.

Y a proposito de esto, observa Wilde que en el dolor coincide de un modo pleno la forma exterior con lo que en ella se manifiesta. En el dolor hay engaño, manipulación. Fenómenos emocionales como la alegría, la dicha, o la felicidad, pueden ser máscaras de algo oculto, pero tras el dolor sólo hay dolor. Por eso, según el artista irlandés, el dolor es la suprema expresión de la belleza: La belleza y el dolor caminan de la mano y tienen el mismo mensaje (Ibíd., p. 77). Poseen idéntica naturaleza, y el mismo sentido pedagógico. De esto se derivan algunas cosas interesantes.

Desde Platón hasta nuestro días se ha entendido que la belleza, por su especial carácter, despierta en el ser humano el amor, que busca la afirmación absoluta del valor de lo percibido. El Amor en el artista es simplemente ese sentido de la Belleza que le revela al mundo su cuerpo y su alma (Ibíd., págs. 79-80). En efecto, con su poder seductor, la formas bellas producen una transformación en quien las contempla, haciendo nacer en él un movimiento afectivo que lo reconcilia consigo mismo y con el mundo. Pues bien, si el sufrimiento está hermanado con la belleza, también él ha de ser fuente de amor, por paradíjico que parezca. Veamos cómo lo explica Oscar Wilde:

Ahora me parece que el Amor de alguna clase es la única explicación posible de la extraordinaria cantidad de sufrimiento que hay en el mundo. No concibo otra explicación. Estoy convencido de que no la hay, y de que si, como he dicho, se han construido mundos con el dolor, ha sido por manos del Amor, porque de ninguna otra manera podía el alma del hombre alcanzar la plena estatura de su perfección. (Ibíd., p. 77).

En efecto, el sufrimiento puso a nuestro autor ante la verdad de sí mismo. En la cárcel, donde el primer gesto del día hincarse de rodillas para limpiar la celda, aprendió que todo está atravesado por la contingencia propia de las cosas finitas. Por eso, el sufrimiento se convirtió para él en la experiencia fundamental de su vida; le abrió las puertas a la construcción de una nueva personalidad más sólida que la anterior. ¿Y no es este, acaso, el más importante efecto del amor? El amante, sobre todo en los momentos iniciales, se siente envuelto en una atmósfera impregnada de tal grado de autenticidad, que hace que toda la historia anterior se interprete como una preparación para el nuevo estado. Dicho de otro modo, aquel que ama descubre en el amor su verdadero yo. Amor y sufrimiento son, pues, dos momento de un mismo fenómeno: el desvelamiento de la realidad, aletheia; es decir, verdad.

viernes, 20 de agosto de 2010

La comprensión estética de la vida. Oscar Wilde en la cárcel (II).



La belleza es la epifanía de la vida. Por eso, la creación poética es una mezcla de necesidad y azar, de fatalidad y libertad. No en vano,  Nietzsche representaba al artista como un ser danza encadenado; es decir, como alguien que, dentro de las limitaciones que imponen las circunstancias, orienta su existencia a partir de la experiencia creadora. Oscar  Wilde lo entendió así desde el prinicipio, pero en la cárcel se le hizo evidente:

Ser enteramente libre, y, el mismo tiempo, sometida a la ley, es la paradoja eterna de la vida humana, que a cada momento hacemos realidad; y a menudo pienso que esa es la única explicación posible de tu naturaleza, si es que los profundos y terribles misterios de un alma humana pueden tener explicación, salvo la que hace que el misterio sea todavía más prodigioso. (De profundis, Madrid, 2008, p. 35).

Una primera lectura del texto podría sugerir que tesis de Oscar Wilde es que, en algunos aspectos, nuestra vida depende de factores externos, pero en otros es enteramente libre. Y no es que no sea así, pero creemos que, si se analiza el texto más profundamente, pueden salir a la luz nuevas ideas. El punto de partida es, efectivamente, la evidencia de que la vida se desrrolla en el marco de situaciones no elegidas, que abarcan desde el escenario en el que uno nace, hasta el temperamento, la sensibilidad, o la inteligencia. Todo ello hace que, de algún modo, el ser humano sea exclavo de sus circunstancias. Oscar Wilde comprendió hasta el fondo esta verdad tan elemental cuando se encontró súbitamente en una situación que jamás pudo imaginar.

Pero, si leemos el texto más detenidamente, veremos que Wilde no afirma que en la vida existan segmentos de libertad junto a otros de necesidad, sino que el hombre es enteramente libre y enteramente sometido a la ley. Para evaluar adecuadamente esta afirmación es necesario recordar algunas ideas que marcaron el tono del pensamiento moderno. Kant había distinguido el mundo de lo fenoménico (en el que reina la necesidad de las leyes físicas), del ámbito de lo moral (en el reina la libertad). A partir de entonces, el ser humano fue analizado por el pensamiento como un híbrido entre ambos, y el problema, entonces, era cómo conciliar lo físico y lo moral en un solo ser.  Lo que sostiene Oscar Wilde es que ambos espacios constituyen una unidad. Afirma que fracturar la vida en regiones inconexas es un error, pues en el hombre no se diferencia el interior (el alma, la voluntad, la sensibilidad, etc.), de lo exterior (la materia, el cuerpo, la ley física). El hombre es cuerpo animado o alma encarnada, pero en cualquier caso unidad por encima de las diferencias. Por ello, no es extraño que, en un momento de la obra que tenemos frente a nosotros, declare:

Olvidé que cada pequeña acción de cada día hace o deshace el carácter, y que por lo tanto lo que uno ha hecho en la cámara secreta lo tiene que vocear un día desde los tejados. (Ibíd., p. 66).

Esto es tanto como sostener que las fronteras entre la interioridad y su expresión no son tan nítidas como la modernidad había descrito. El ser humano es su expresión, porque todo en él está llamado a adquirir un rostro, a vocearse desde los tejados. Y, por idéntica razón, nada de lo que se halla en la figura, en la forma, se agota en ella; todo lo externo es eco de la vida interior. A partir de esta esta nueva concepción se entiende mejor la idea de que el ser humano sea enteramente libre, pues, incluso los contextos que parecen fruto de la fatalidad, forman parte de la unidad de la persona, y, por lo tanto, su libertad está tejido de ellos. Y también se puede comprender que se halle totalmente sometida a la ley, ya que la libertad de que nace cada decisión se desarrolla entre factores impuestos por algo exterior al sujeto.

Una consecuencia importante de esta concepción antropológica es que se relativiza la tesis moderna según la cual facultad tiene su objeto propio, sin relación alguna con la demás. Así, la verdad sería objeto de la razón; la bondad, de la voluntad, y la belleza, de la sensibilidad. Si, por el contrario, se parte de la unidad de la persona, hay que admitir que todas las facultades tienen como objeto último la formacción del individuo, de su carácter, y, por ello, lo que en cada dimensión acontece deja una huella en las demás. De ahí que, y esto es el más importante, todo en el devenir de la vida tenga un sentido, pues cada hecho, por absurdo que parezca, ha cumplido su función en la construcción del sujeto. Frente a esta comprensión de los hechos, la gran tentación, según Oscar Wilde, es la superfialidad, que él identifica con el esfuerzo por censurar en la propia vida determinadas faceta, por considerar que no aportan nada al yo ideal que se desea construir. Por eso, cuando algunos querían ofrecerle un consuelo diciéndole que pronto olvidaría todo aquello, el se rebelaba desde la seguridad de que cada acontecimiento es un ladrillo indispesable en la construcción de sí mismo.

Lo importante, lo que tengo ante mí, lo que tengo que hacer ahora si no quiero estar durante el resto de mis días lisiado, desfigurado e incompleto, es aborber en mi naturaleza todo lo que se me ha hecho, hacerlo parte de mí, aceptarlo sin queja, sin miedo, ni renuencia. El vicio estremo es la superficialidad. Todo lo que se comprende está bien. (Ibíd., p. 70).

Desde esta perspectiva, la persona es contemplada como una creación en la que cada detalle revela la presencia del espíritu que irradia a través de ella. Por eso, se puede afirmar, sin miedo a resultar extravante, que la vida es un desafío estético. En efecto, ¿qué es el arte sino la creación de una forma que, por su belleza, anuncia una profundidad, un lumen, que la trasciende? La tradición filosófica así lo ha interpretado, y así lo entendió también Oscar Wilde. Estas son sus palabras:


Lo que el artista va siempre buscando es ese modo de existencia en el que el alma y el cuerpo son una unidad indivisible; en el que el exterior es expresivo de lo interior; en el que la Forma revela. (Ibíd., p. 75).

jueves, 12 de agosto de 2010

La transfiguración del dolor en belleza. Oscar Wilde en la cárcel (I)

Os dejo un artículo que publique en Cátedra Nova, y que nació, precisamente, a raíz de una de las confrontaciones de ideas a las que Chiara hacía referencia.

1. Origen de la historia.

Corrigiendo la conocida tesis de Aristóteles, afirmaba Oscar Wilde que el arte no es imitación de la naturaleza, sino que es la naturaleza la debe imitar al arte. Creemos que, más allá de la ingeniosa paradoja, la idea encierra toda una comprensión de la vida, que cobró su expresión más auténtica en el momento en que las palabras han de demostrar su poder de orientación: cuando el ser humano alcanza las cimas del sufrimiento. Encarcelado tras un peculiar proceso, escribió una bellísima carta dirigida a aquél a quien consideraba responsable de todo: Lord Alfred Douglas. En ella se muestra, como diría Baudelaire, un corazón al desnudo. En la líneas que siguen trataremos de mostrar la visión de la vida que se transparenta en este escrito.

Hemos afirmado que el proceso que terminó con el encarcelamiento de Wilde fue algo peculiar. Y es que, en principio, el artista acudió a él no como acusado, sino como acusación. Veamos muy brevemente la historia. Wilde y Alfred Douglas se conocieron en una fiesta en el verano de 1891, y de inmediato quedron fascinados el uno por el otro. Oscar Wilde era ya entonces una celebridad, y el joven Alfred un poeta principiante. La relación que entre ellos nació era, según Wilde, la muy habitual en la historia entre un adulto y su pupilo. Pero al padre del joven, el Marqués de Queensberry, no le pareció así. Excéntrico y con un temperamento agresivo, intentó frenar la, según él, indecente amistad con métodos poco elegantes (insultos, amenazas, etc.). Esto provocó una violenta enemistad entre Alfred y su padre. Según Oscar Wilde, Alfred lo convenció para que pusiera al marqués una denuncia por injurias.

El 2 de marzo de 1895 el impulsivo marqués es detenido, y al mes siguiente tiene lugar el juicio. Muy seguro al principio, Wilde empieza a flaquear cuando el abogado defensor le preguntó sobre sus relaciones con otros jóvenes; relaciones, por cierto que se demostró que no eran de naturaleza intelectual, pues la mayoría de ellos eran analfabetos. Con el rumbo que iban tomando los acontecimientos, y aconsejado por sus amigos, retiró la denuncia. Pero el marqués ya había movido ficha enviando la Director de Acusaciones Públicas copias de todos los testimonios de chicos que afirmaban haber tenido relaciones con Wilde. Aunque finalmente no se demostró el delito de sodomía, todos quedaron convencidos de su "culpabilidad". De hecho, al mes siguiente se abrió un nuevo juicio en el que el veredicto fue la condena a dos años de trabajos forzados. Según algunos críticos, el gobierno liberal presionó para asegurar una condena ejemplarizante.

Después de su estancia en la cárcel retomó su amistad con Douglas, y se dedicaron a viajar por Europa, pero la relación no duró mucho. Al final de sus días, Wilde, solo y agotado, se estableció en París con un nombre falso. Murió en 1900 convertido al catolicismo.

Los hechos descritos han motivado que la figura del escritor irlandés haya sido juzgada de muy diversos modos. Algunos han visto en él a un ser degenerado, enfermo; otros lo han  reivindicado como un mártir de la  causa homosexual; un tercer grupo lee su historia a partir de su conversión al catolicismo. Creemos que, más allá de las simpatías que cada uno profese, es imposible conocer los vericuetos del corazón humano. Por ello, nos abstendremos de hacer juicios morales. Lo que sí parece seguro es que la experiencia del sufrimiento hizo que Oscar Wilde se replanteara los pilares sobre los que había construído su vida. Esto es lo que nos interesa. Acostumbrado al reconocimiento público, al glamuur, a la adulación, se vio, de la noche a la mañana, despreciado, sin familia, sin amigos, viviendo en una celda de la que sólo salía para realizar trabajos manuales. Y esto sacudió los cimientos de su vida. En las siguientes entradas veremos cómo.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Sobre el título y nuestras intenciones.

Los romanos saludaban al Sol con la expresión: ¡Ex oriente lux! (de oriente, la luz). Nosotros, haciéndonos eco de esta elegante expresión, hemos titulado el blog: Ex pulchro lux (de la belleza, la luz). Así lo hemos decidido, porque tenemos de la certeza de que el ser humano no puede crear nada acorde con su dignidad si no es a partir de la belleza. Sin ella, la verdad se convierte en un frío cálculo racional; la bondad se reduce a un moralismo represor; la justicia es veganza, etc.  Sólo la presencia de algo que, en su esplendor, entusiama y arrebata, puede hacer surgir en nosotros la verdadera virtud, la areté, la excelencia, que tiene mucho que ver con la pasión, la magnanimidad, la audacia, y poco con el timorato respeto a lo establecido.

Pero también creemos que la belleza sólo es tal cuando se percibe como forma de una profundidad que a través de ella se manifiesta. Hegel la definía como "la dimensión sensible de la Idea". Ciuando ésta falta, aquélla queda vacía. Pasa a ser puro esteticismo, rima vacua, colores sin fondo. Lárt pour l'art, sencillamente no es arte, sino diletantismo, juegos de ingenio que nada tienen que ver con la vida.

El ideal que perseguimos, y que trataremos de mostrar que se ha encarnado en las grandes construcciones de nuestra cultura, es lo que los griegos llamaban kalokagathia ( de kalos, bello, y agathos, bueno). No estamos hablando de un fenómeno extraño. Como veremos, los grandes maestros de la filosofía, la literatura, la ciencia, etc., nos hacen ver que el mundo, en su epifanía primera, tiene una forma que atrae, es decir, es bello; en su atractivo, se entrega; es bueno; y al entregarse desvela su sentido; i.e., es verdadero. Por eso, no hay fórmula matemática que no deje entrever la belleza de un cosmos ordenado y abierto a la inteligencia humana, que encuentra en él la respuesta a su sed de verdad;. ni poema auténtico entre cuyos versos no notemos los latidos de un corazón como el nuestro. Esta es la razón de que podamos leer las grandes tragedias griegas y conmovernos con ellas; seguir las cuidadosas construcciones lógicas de los medievales, y percibir que encierran un fondo de verdad; o rastrear las arduas formulaciones de Wittgenstein sintiendo que buscaba lo mismo que nosotros deseamos.

En las entradas que siguen interamos mostrar que, también hoy, belleza, verdad, y bondad, son sinónimos.

Por cierto, Chiara, confirmo lo que sospechabas: soy primo de Matusalén. ¡Qué pena de hombre! Se dedicó a la mala vida y, para nuestra sorpresa, murió prematuramente a los 969 años.

martes, 10 de agosto de 2010

Saludo y presentación

Hola internautas:

Somos un grupo de amigos (Javier, Antonio y yo), que hace tiempo compartíamos lo que cada uno trabajaba, leía, imaginaba, etc., incluso empezamos a hacer un proyecto de investigación que trataba de integrar los intereses de los tres. Pero el tiempo, que es cruel, nos separó colocándonos en sitios tan distintos como distantes. A pesar de eso, no perdimos el contacto: nos enviamos correos, hacemos llamadas, etc. Este verano, el más viejo, Javier (del que sospechamos que es primo de Matusalén), nos propuso hacer un blog común. Es decir, hacer lo mismo que venimos haciendo, pero publicándolo en la red. Con esto, decía, cuidaremos más lo que decimos -lo público siempre impone-, y además puede que a alguien le interese los temas que tratamos, y nos ayude. En fin, que aquí estamos. En la próxima entrada Javier os explicará la razón de título y las modestas pretensiones del blog.