domingo, 22 de agosto de 2010

La naturaleza del sufrimiento. Oscar Wilde en la cárcel (III)

El problema del sufrimiento es el auténtico leit motive de la obra De profundis. De hecho, el título hace referencia a un salmo en el que el rey David, arrepentido de sus culpas, pide perdón a Dios e implora misericordia para salir del naufragio en el que se halla.Sin duda, Oscar Wilde se siente identificado con el autor, pues continuamente reconoce que el responsable de su desgracia es él mismo, por no haber sabido resolver con prudencia la situación en la Robie lo había envuelto. Pero, y esto es lo más interesante del libro, no se lamenta de ello de un modo desesperado; al contrario, intenta convertir la desgracia en una ocasión para forjarse una personalidad más sólida.Y no podía ser de otro modo, si tenemos presente lo que expusimos en la última entrada.


Dijimos que el punto de partida de la concepción estética de la vida es que ésta se experimenta como un tejido de fatalidad y libertad. La razón de fondo es que el ser humano se percibe a sí mismo dotado de deseos que, inevitablemente, encuentran una resistencia en la realidad. Por ello, al placer de la libertad siempre va unida la hiriente conciencia de los límites. La consecuencia inmediata que de ello extrae Oscar Wilde es que la humildad es el cimiento sobre el que ha de construirse toda vida que pretenda ser verdadera. Pero entiéndase bien: la humildad de la que nuestro autor habla no es el gesto amanerado de una novicia timorata, sino el reconocimiento de la naturaleza finita de todo lo humano. Y el camino para lograr una clara conciencia de ello no es otro que el del sufrimiento:

Pero, aunque a veces me regocijara la idea de que mis sufrimientos fueran interminables, no podía soportar que no tuvieran sentido. Ahora encuentro escondido en mi naturaleza algo que me dice que no hay nada en el mundo que carezca de sentido, y el sufrimiento menos que nada. Ese algo escondido en mi naturaleza, como un tesoro en el campo, es la Humildad. (Ibíd., p. 67).

He aquí el auténtico eje de la vida moral: la serena aceptación de lo que uno es. Todo lo demás (la coherencia con los compromisos, la obediencia a los códigos éticos, etc.) es secundario. Es más, la perfección ética, en el sentido de exactitud en el cumplimiento del deber, puede convertirse en un obstáculo, en la medida en que conduce al olvido de la fragilidad esencial de la naturaleza humana. Recordemos el poema de Baudelire Castigo de orgullo, en el que presenta a un doctor en Teología al que su santidad y elocuencia inflaron de soberbia de tal modo, que derivó hacia la locura.

Así contempladas las cosas, se entiende que Oscar Wilde atribuya al sufrimiento una importante función pedagógica. De hecho, piensa que se puede afirmar que allí donde está presente el dolor, hay siempre algo verdadero (donde hay Dolor hay terreno sagrado. Ibíd., p. 56). Así es porque, en la medida en que todo está atravesado por la finitud, todo es fuente de dolor. Pero hay que matizar. No es que Oscar Wilde busque el sufrimiento; es más, cree que la accidia, el amor a la melancolía, es una tentación que anula todo el potencial constructivo del sufrimiento. No se trata de desearlo, pero sí de afrontarlo cuando aparece, pues nos está indicando la experiencia de algo real. Convertir el dolor en criterio de verdad es algo que, a primera vista, puede parecer chocante, sin embargo es perfectamente conforme con la concepción estética de la vida. Veamos por qué.

Según Oscar Wilde, la esencia de la obra de arte radica en la capacidad de la forma para constituuirse en vehículo de lo que a través de ella se revela. Por eso, dento del contexto de la estética, la verdad no puede entendenderse en términos de adecuatio rei et intellectus (el arte empieza allí donde la imitación termina. Ibíd., p. 98), sino como transparencia de la voluntad creadora. De ahí que la perfección estética tenga mucho que ver con la insinuación, con la sugestión, con la capacidad para arrebatar hasta hacer presente lo que sólo a través de tal creación se puede percibir. En definitiva, la verdad es poder evocador.

Y a proposito de esto, observa Wilde que en el dolor coincide de un modo pleno la forma exterior con lo que en ella se manifiesta. En el dolor hay engaño, manipulación. Fenómenos emocionales como la alegría, la dicha, o la felicidad, pueden ser máscaras de algo oculto, pero tras el dolor sólo hay dolor. Por eso, según el artista irlandés, el dolor es la suprema expresión de la belleza: La belleza y el dolor caminan de la mano y tienen el mismo mensaje (Ibíd., p. 77). Poseen idéntica naturaleza, y el mismo sentido pedagógico. De esto se derivan algunas cosas interesantes.

Desde Platón hasta nuestro días se ha entendido que la belleza, por su especial carácter, despierta en el ser humano el amor, que busca la afirmación absoluta del valor de lo percibido. El Amor en el artista es simplemente ese sentido de la Belleza que le revela al mundo su cuerpo y su alma (Ibíd., págs. 79-80). En efecto, con su poder seductor, la formas bellas producen una transformación en quien las contempla, haciendo nacer en él un movimiento afectivo que lo reconcilia consigo mismo y con el mundo. Pues bien, si el sufrimiento está hermanado con la belleza, también él ha de ser fuente de amor, por paradíjico que parezca. Veamos cómo lo explica Oscar Wilde:

Ahora me parece que el Amor de alguna clase es la única explicación posible de la extraordinaria cantidad de sufrimiento que hay en el mundo. No concibo otra explicación. Estoy convencido de que no la hay, y de que si, como he dicho, se han construido mundos con el dolor, ha sido por manos del Amor, porque de ninguna otra manera podía el alma del hombre alcanzar la plena estatura de su perfección. (Ibíd., p. 77).

En efecto, el sufrimiento puso a nuestro autor ante la verdad de sí mismo. En la cárcel, donde el primer gesto del día hincarse de rodillas para limpiar la celda, aprendió que todo está atravesado por la contingencia propia de las cosas finitas. Por eso, el sufrimiento se convirtió para él en la experiencia fundamental de su vida; le abrió las puertas a la construcción de una nueva personalidad más sólida que la anterior. ¿Y no es este, acaso, el más importante efecto del amor? El amante, sobre todo en los momentos iniciales, se siente envuelto en una atmósfera impregnada de tal grado de autenticidad, que hace que toda la historia anterior se interprete como una preparación para el nuevo estado. Dicho de otro modo, aquel que ama descubre en el amor su verdadero yo. Amor y sufrimiento son, pues, dos momento de un mismo fenómeno: el desvelamiento de la realidad, aletheia; es decir, verdad.

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