jueves, 12 de agosto de 2010

La transfiguración del dolor en belleza. Oscar Wilde en la cárcel (I)

Os dejo un artículo que publique en Cátedra Nova, y que nació, precisamente, a raíz de una de las confrontaciones de ideas a las que Chiara hacía referencia.

1. Origen de la historia.

Corrigiendo la conocida tesis de Aristóteles, afirmaba Oscar Wilde que el arte no es imitación de la naturaleza, sino que es la naturaleza la debe imitar al arte. Creemos que, más allá de la ingeniosa paradoja, la idea encierra toda una comprensión de la vida, que cobró su expresión más auténtica en el momento en que las palabras han de demostrar su poder de orientación: cuando el ser humano alcanza las cimas del sufrimiento. Encarcelado tras un peculiar proceso, escribió una bellísima carta dirigida a aquél a quien consideraba responsable de todo: Lord Alfred Douglas. En ella se muestra, como diría Baudelaire, un corazón al desnudo. En la líneas que siguen trataremos de mostrar la visión de la vida que se transparenta en este escrito.

Hemos afirmado que el proceso que terminó con el encarcelamiento de Wilde fue algo peculiar. Y es que, en principio, el artista acudió a él no como acusado, sino como acusación. Veamos muy brevemente la historia. Wilde y Alfred Douglas se conocieron en una fiesta en el verano de 1891, y de inmediato quedron fascinados el uno por el otro. Oscar Wilde era ya entonces una celebridad, y el joven Alfred un poeta principiante. La relación que entre ellos nació era, según Wilde, la muy habitual en la historia entre un adulto y su pupilo. Pero al padre del joven, el Marqués de Queensberry, no le pareció así. Excéntrico y con un temperamento agresivo, intentó frenar la, según él, indecente amistad con métodos poco elegantes (insultos, amenazas, etc.). Esto provocó una violenta enemistad entre Alfred y su padre. Según Oscar Wilde, Alfred lo convenció para que pusiera al marqués una denuncia por injurias.

El 2 de marzo de 1895 el impulsivo marqués es detenido, y al mes siguiente tiene lugar el juicio. Muy seguro al principio, Wilde empieza a flaquear cuando el abogado defensor le preguntó sobre sus relaciones con otros jóvenes; relaciones, por cierto que se demostró que no eran de naturaleza intelectual, pues la mayoría de ellos eran analfabetos. Con el rumbo que iban tomando los acontecimientos, y aconsejado por sus amigos, retiró la denuncia. Pero el marqués ya había movido ficha enviando la Director de Acusaciones Públicas copias de todos los testimonios de chicos que afirmaban haber tenido relaciones con Wilde. Aunque finalmente no se demostró el delito de sodomía, todos quedaron convencidos de su "culpabilidad". De hecho, al mes siguiente se abrió un nuevo juicio en el que el veredicto fue la condena a dos años de trabajos forzados. Según algunos críticos, el gobierno liberal presionó para asegurar una condena ejemplarizante.

Después de su estancia en la cárcel retomó su amistad con Douglas, y se dedicaron a viajar por Europa, pero la relación no duró mucho. Al final de sus días, Wilde, solo y agotado, se estableció en París con un nombre falso. Murió en 1900 convertido al catolicismo.

Los hechos descritos han motivado que la figura del escritor irlandés haya sido juzgada de muy diversos modos. Algunos han visto en él a un ser degenerado, enfermo; otros lo han  reivindicado como un mártir de la  causa homosexual; un tercer grupo lee su historia a partir de su conversión al catolicismo. Creemos que, más allá de las simpatías que cada uno profese, es imposible conocer los vericuetos del corazón humano. Por ello, nos abstendremos de hacer juicios morales. Lo que sí parece seguro es que la experiencia del sufrimiento hizo que Oscar Wilde se replanteara los pilares sobre los que había construído su vida. Esto es lo que nos interesa. Acostumbrado al reconocimiento público, al glamuur, a la adulación, se vio, de la noche a la mañana, despreciado, sin familia, sin amigos, viviendo en una celda de la que sólo salía para realizar trabajos manuales. Y esto sacudió los cimientos de su vida. En las siguientes entradas veremos cómo.

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